viernes, 5 de septiembre de 2014

El Paraíso no está en la otra esquina (El Che, la Revolución Cubana y los mitos) Rafael Narbona

Nos gusta pensar que el paraíso es posible. Nos agrada vivir a la sombra de los mitos. Nos duele reconocer la imperfección de la especie humana, su fracaso en la convivencia, su tendencia a escindirse en bandos irreconciliables. Una investigación histórica que pretenda ser seria, ética y responsable no puede eludir ningún aspecto de la realidad. La Revolución Cubana y el Che son fenómenos complejos que no pueden despacharse con elogios incondicionales o apasionados vituperios. La Revolución Cubana ha logrado grandes avances en sanidad y educación, pese a que soporta un embargo comercial, económico y financiero desde octubre de 1960. Cuba fue el primer país de América Latina que erradicó el analfabetismo y, según UNICEF, el único sin desnutrición infantil ni niños de la calle. Su tasa de mortalidad infantil es la más baja del continente, por debajo incluso de Canadá y Estados Unidos. Cuba ocupa el lugar 59 entre 187 naciones en el Informe de Desarrollo Humano de 2012 de la ONU y, según el informe de ese mismo año de la UNESCO, el 16 del Índice de Desarrollo de la Educación para Todos, superando a países ricos como Dinamarca, Australia, Bélgica, Alemania o Israel. Ese dato se explica por una inversión del 9’3 del PIB en educación, lo cual ha permitido que un millón de cubanos disfruten de un título universitario. Cuba es uno de los pocos países que ha cumplido los Objetivos de Desarrollo del Milenio acordados por la ONU: erradicar el hambre y la pobreza extrema, universalizar la enseñanza primaria, reducir la mortalidad de los menores de cinco años, promover la igualdad entre los sexos. Sin embargo, no se puede realizar un balance positivo en el capítulo de las libertades.
En 2013, Amnistía Internacional denunciaba que el régimen cubano detenía de manera habitual a manifestantes pacíficos, periodistas independientes y activistas sociales por ejercer su derecho a la libertad de expresión, asociación y reunión. Al mismo tiempo, apuntaba que en la Unión Europea se cometen infracciones mucho más graves contra los derechos humanos. De hecho, no había detectado en Cuba ningún caso de asesinatos, torturas o malos tratos perpetrados por las fuerzas del orden (algo que no puede decirse de Alemania, Austria, Bélgica, Eslovaquia, España, Francia, Grecia, Italia, Portugal, Rumanía, Reino Unido o Suecia). Cuba es un país de contrastes y es difícil predecir su futuro, pero todo indica que será difícil conservar los logros sociales cuando desaparezcan las barreras para la libre empresa y las multinacionales. La verdad a veces duele, pero es necesaria para preservar nuestra humanidad.
CUBA 2
Al igual que la Revolución Cubana, Ernesto Che Guevara posee luces y sombras. Fue un hombre austero, valiente y honesto, que desempeñó un papel esencial en la liquidación de la dictadura de Batista. La columna del Che en Sierra Maestra fusiló sin miramientos a bandidos, chivatos y desertores, incumpliendo las normas del Convenio de Ginebra, que prohíben aplicar la pena de muerte sin un juicio previo ante un tribunal legítimo y con las necesarias garantías. A veces, el Che ejecutó personalmente la sentencia. Para entender esta dureza, hay que recordar las condiciones de vida en la Cuba de Batista. Cerca del 60% de los campesinos vivía en barracones con techo de guano y piso de tierra. Carecían de sanitarios, agua corriente y, en el 90% de los casos, no tenían electricidad. El 85% de los barracones estaba compuesto por una o dos piezas para toda la familia. Solo el 11% de los campesinos consumía leche, un 4% carne y un 2% huevos. La dieta se componía básicamente de arroz, plátanos, frijoles y verdura. La mitad no habían pisado nunca una escuela y el 43% era completamente analfabeto. The New York Times admitía que “en las zonas rurales los guajiros o campesinos sobrevivían a duras penas”. Los salarios eran miserables y el desempleo afectaba al 35% de la población. El senador John F. Kennedy admitió que Estados Unidos había cometido un terrible error al apoyar “una de las más sangrientas y represivas dictaduras en la larga historia de la represión latinoamericana. Fulgencio Batista asesinó a 20.000 cubanos en siete años –una proporción más grande de la población cubana que la proporción de norteamericanos que murieron en las dos guerras mundiales– y transformó la democrática Cuba en un Estado policliaco total, destruyendo cada libertad individual”. El 15 de julio de 1956 Ernesto Guevara de la Serna envió una carta a su madre, recriminándole su incomprensión ante su participación en hechos violentos: “No soy Cristo y filántropo, vieja, soy todo lo contrario de un Cristo… Por las cosas que creo lucho con todas las armas a mi alcance y trato de dejar tendido al otro, en vez de dejarme clavar en una cruz o en cualquier otro lugar… Lo que realmente me aterra es tu falta de comprensión de todo esto y tus consejos sobre la moderación, el egoísmo, etc., es decir, las cualidades más execrables que pueda tener un individuo. No solo no soy moderado, sino que trataré de no serlo nunca y cuando reconozca en mí que la llama sagrada ha dejado lugar a una tímida lucecita votiva, lo menos que pudiera hacer es ponerme a vomitar sobre mi propia mierda”. El radicalismo del Che nació al contemplar de cerca la miseria de los pueblos latinoamericanos y descubrir que no existían vías pacíficas de cambio. Su madre vivía lejos de esa realidad y temía por la vida de su hijo, pero lo cierto es que no era una mujer conservadora. Aunque procedía de la alta sociedad, Celia de la Serna era rebelde, valerosa y obstinada, con ideas progresistas y solidarias. Al igual que su marido, apoyó a los refugiados españoles que huían de la dictadura de Franco, abriéndoles las puertas de su casa. Durante la Segunda Guerra Mundial, el matrimonio participó en diferentes actividades a favor de los pueblos devastados por el ejército nazi. El Che no mostró interés por la política en su juventud, pero sus viajes por América Latina y su experiencia en Guatemala, que le permitió presenciar el golpe de estado organizado por la CIA contra el gobierno reformista de Jacobo Árbenz, despertaron en su interior el deseo de luchar contra el imperialismo capitalista.
BATISTA 1
En Sierra Maestra, se mostró implacable desde el primer momento. Su propósito era convertir la guerrilla en una fuerza de combate eficaz y disciplinaba. Le irritaba la indulgencia de Fidel Castro con los holgazanes e insubordinados. Cuando Fidel estableció que la “insubordinación, la deserción y el derrotismo” se castigarían con la pena de muerte, celebró la medida y no lamentó el trágico fin del desertor Sergio Acuña. Brutalmente torturado por el ejército de Batista, Acuña murió tras recibir cuatro disparos. Después, ahorcaron su cadáver y lo dejaron expuesto. En su Diario, el Che anotó: “triste pero aleccionador”. El 17 de febrero de 1956 el Che puso en práctica su sentido de la disciplina con el traidor Eutimio Guerra. Capturado por una patrulla, nadie se atrevía a ejecutarlo, pero el Che no vaciló: “La situación era incómoda para la gente y para él, de modo que acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola [calibre] 32, con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto”. El 15 de abril surgió un nuevo caso. Filiberto Mora había colaborado con el ejército en una emboscada y, más tarde, delató el emplazamiento de los rebeldes. El Che hizo de nuevo de ejecutor y reflejó el dramático incidente en su Diario: “Se ajustició al chivato; a los diez minutos de darle el tiro en la cabeza lo declaré muerto”. En mayo, la guerrilla detiene a dos presuntos espías. El Che anota que uno era negro y otro blanco. El blanco “lloraba a lágrima viva”. Los dos admitieron ser espías y suplicaron por sus vidas. “No daban lástima pero sí repugnancia en su cobardía”. Fidel ordenó fusilarlos. “Se cavó la fosa para los dos chivatos y se dio la orden de marcha –apunta el Che-. La retaguardia los ajustició”. El 28 de julio, ya con el grado de Comandante, el Che hizo desfilar a los nuevos voluntarios delante del cadáver de Ibrahim, un desertor abatido por tres balazos. Pese a ser su amigo, el guerrillero Baldo disparó contra Ibrahim cuando abandonaba su puesto. El Che consideró que la historia era un buen ejemplo de moral revolucionaria. El cadáver quedó insepulto. El ejército de Batista no se limitaba a fusilar, sino que prefería sembrar el terror con torturas, violaciones y horribles mutilaciones. Según Wayne S. Smith, funcionario de la embajada norteamericana: “La policía reaccionaba de modo excesivo a la presión de los insurgentes, torturando y matando a centenares de personas, sin diferenciar entre inocentes y culpables. Se abandonaban los cuerpos, ahorcados en los árboles, en las carreteras”. Era una lucha a muerte, donde se deshumanizaba al adversario y el odio prevalecía sobre cualquier objeción moral. Sería injusto no señalar que el Che luchaba por una sociedad igualitaria y Batista defendía los intereses de Estados Unidos y la oligarquía local.
CHE 21
En Sierra Maestra, no había espacio para la compasión, pues se consideraba una debilidad que ponía en peligro la victoria final. Los hermanos Acevedo presenciaron la ejecución de René Cuervo, que había aprovechado su condición de guerrillero del Movimiento 26 de julio para robar a los campesinos de Sierra Maestra, alegando que se trataba de requisas revolucionarias. “El Che lo recibe en una hamaca –escribe Enrique Acevedo-. El prisionero intenta darle la mano, pero no encuentra respuesta. Lo que se habla no llega hasta nosotros, pese a que se discute fuerte. Parece un juicio sumario. Al final [el Che] lo manda retirarse con un gesto de desprecio de su mano. Lo llevan a una cañada y lo ejecutan con un fusil [calibre] 22, por lo cual hay que darle tres disparos”. El ejército de Batista actúa con una crueldad infinitamente mayor. En la ciudad de Cienfuegos, después de una ocupación frustrada, se fusila a los guerrilleros que se rinden y los heridos son enterrados vivos. Se respeta la vida a unos pocos para torturarlos durante meses. Ante un enemigo implacable, el Che considera que no se puede relajar la disciplina ni caer en el sentimentalismo. El caso de Aristidio ilustra su moral de combate. Confía la vigilancia de un campamento a un guajiro llamado Aristidio, encargándole que reciba a los nuevos voluntarios. Aristidio, que ejercía de cacique local, se deja dominar por el miedo cuando le comunican la proximidad del ejército. Se desprende de sus armas y confiesa a varias personas que se pasará al bando de Batista apenas surja la oportunidad. El Che regresa y descubre lo sucedido. “Aquellos eran momentos difíciles para la Revolución –recordará tiempo después-, y en uso de las atribuciones que como jefe de una zona tenía, tras de una investigación sumarísima, ajusticiamos al campesino Aristidio”. Enrique Acevedo relata la ejecución: “Por nuestro lado pasó un campesino descalzo. Lo llevan amarrado. Es Aristidio. Nada queda de su facha de cacique. Más tarde se siente un disparo. Cuando llegamos al lugar ya le están echando tierra. Al amanecer, luego de una jornada agotadora, se nos explica que Aristidio fue ejecutado por mal empleo del dinero y los medios de la guerrilla…”. Poco después, la guerrilla detiene al Chino Chang, un bandido cubano de origen chino, que es condenado a muerte por cometer robos y violaciones. Un campesino que ha forzado a una joven también es sentenciado a la última pena. El Che supervisa la ejecución y relata los últimos momentos en su Diario. Ambos mueren con entereza: “El violador murió sin que lo vendaran, de cara a los fusiles, dando vivas a la Revolución”. El Diario del Che también recoge el simulacro de fusilamiento de tres jóvenes de la pandilla de Chang. Se les ata a un poste, se les venda los ojos y se dispara al aire. Fidel ha decidido darles una oportunidad y un susto le parece suficiente. Cuando los jóvenes descubren que están vivos, uno se acerca al Che y, de acuerdo con el Diario del argentino, le da “un sonoro beso, como si estuviera frente a su padre”. Guste o no, estos actos son crímenes de guerra, pues se trataba de prisioneros desarmados y no de combatientes abatidos en un intercambio de fuego. Sin embargo, es cierto que en Sierra Maestra, con la necesidad de cambiar continuamente de emplazamiento, no existía la posibilidad de seguir los procedimientos de la sociedad civil.
CUBA 3
El Che mostró la misma dureza con un cachorro de perro que se unió a su columna, pegándose a un guerrillero llamado Félix. Cuando se detuvieron al lado de un arroyo, el animal comenzó a aullar. Intentaron hacerlo callar con caricias, pero no lo consiguieron y el Che ordenó que lo mataran. En su Diario cuenta el incidente: “Félix me miró con unos ojos que no decían nada. Entre toda la tropa extenuada, como haciendo el centro del círculo, estaban él y el perrito. Con toda lentitud, sacó una soga, la ciñó al cuello del animalito y empezó a apretarlo. Los cariñosos movimientos de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extinguiéndose al compás de un quejido muy fino”. El Che admite que sintió lástima, pero estimó que era necesario. Mientras tanto, Batista recrudece su oleada represiva. Se multiplicaron las torturas y asesinatos y se cometieron horribles masacres entre los guajiros. Endurecido por la rutina de la guerra, el Che eliminó de su Diario las reflexiones subjetivas, líricas o personales. Su propósito era borrar hasta el último vestigio de individualismo para remplazar el yo por el nosotros. El Che compartió todas las penalidades de la tropa, sin atribuirse ningún privilegio, salvo el mando, y sin rehuir el riesgo de la primera línea. Era increíblemente austero y autodisciplinado. Al finalizar la guerra, Fidel Castro le nombró comandante de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, donde se celebraron los juicios contra los chivatos, torturadores y los agentes de la dictadura de Batista. No eran los capitostes del régimen, que habían huido antes de la caída de La Habana, sino esbirros de poca monta. Los procesos se llevaron a cabo de forma sumaria, con abogados defensores, testigos, fiscales y público. El Che ejercía de fiscal supremo y tenía la última palabra sobre las apelaciones. Los juicios solían empezar a las ocho o las nueve de la noche y se llegaba a un veredicto hacia las dos o tres de la madrugada. Entre el público, prevalecía el espíritu de linchamiento y el anhelo de venganza, pues la dictadura había causado mucho dolor con sus actos de barbarie. Fidel Castro decidió que el juicio contra el mayor Sosa Blanco y otros oficiales de alta graduación acusados de asesinatos y torturas se celebrara en el estadio deportivo de La Habana, con las gradas repletas de una multitud que no cesaba de chillar, pidiendo la pena capital. Según Jon Lee Anderson, Raúl Castro era mucho menos escrupuloso. Después de la toma de Santiago, “presidió un juicio sumarísimo y la ejecución de más de sesenta soldados capturados. Hizo abrir una fosa con una excavadora, alineó a los condenados frente a ella y los hizo fusilar con ametralladoras”.
Ernesto Guevara [Misc.];Raul Castro
El Che se mostró partidario de continuar con los juicios hasta purgar todo el ejército y la policía. Argumentaba que no debían caer en el mismo error que Árbenz, permitiendo que sobrevivieran los elementos indeseables. Fidel advirtió que los procesos desacreditaban al nuevo gobierno revolucionario y puso fin a los fusilamientos. El Che pensó que era un error, pero acató la orden. Es imposible determinar con exactitud el número de ejecuciones en La Cabaña. Los anticastristas hablan de 2.000, pero lo más probable es que no superara las 600. En esas fechas, Ernesto Guevara Lynch visitó La Habana y le costó trabajo reconocer a su hijo.  No quedaba nada del muchacho bromista que en 1953 se despidió de sus padres en Buenos Aires. Le sorprendió su rigor militar y en sus memorias apuntó que se había transformado en “un hombre cuya fe en el triunfo de sus ideales llegaba al misticismo”. Después de ese único encuentro en La Habana, evitó volver a reunirse con su hijo, incapaz de aceptar el cambio que se había operado en él. Desde el primer momento, el hostigamiento de Estados Unidos (que incluyó actos de sabotaje, terrorismo y atentados contra la vida de Fidel Castro), implantó una feroz lógica de resistencia. Aviones no identificados arrojaban bombas incendiarias sobre los cañaverales, se cometían atentados terroristas, se instruía en Miami a milicias paramilitares para invadir Cuba. La tensión era cada vez más insoportable. Eso explica que el 29 de junio de 1959 se modificara la Constitución para establecer la pena de muerte en los casos de “delitos contrarrevolucionarios […] o que lesionen la economía nacional o la hacienda pública”. Pese a ello, los sabotajes y los atentados prosiguieron. El 4 de marzo de 1960 se hizo volar por los aires al vapor La Coubre, que entraba en el puerto de La Habana con un cargamento de armas y municiones comprado a Bélgica. Más de 100 personas perdieron la vida y 200 resultaron gravemente heridas. Alberto Korda hizo su famosa fotografía sobre el Che al día siguiente, cuando se homenajeaba a las víctimas. El 15 de abril de 1961 se produjo la fallida invasión de la Bahía de Cochinos. Tras una agresión de esta envergadura, la Revolución Cubana se decantó definitivamente por la resistencia, postergando las libertades democráticas. En ese clima de máxima crispación se entrevistó con el Che el arquitecto Nicolás Quintana. Había recibido el encargo de construir el nuevo edificio de treinta y dos pisos del Banco Nacional, pese a no ser un entusiasta de la Revolución. Sus dudas se convirtieron en indignación cuando fusilaron a uno de sus amigos, un joven católico acusado de repartir panfletos anticomunistas. Quintana relata su entrevista con el Che: <<El Che me dijo: “Vea, las revoluciones son feas pero necesarias, y parte de este proceso revolucionario es la injusticia al servicio de una futura justicia”. Jamás podré olvidar esa frase. Respondí que ésa era la Utopía de Tomás Moro. Dije que a nosotros [la humanidad] nos habían jodido con ese cuento por mucho tiempo, por creer que obtendríamos algo, no ahora, sino en el futuro. El Che me miró por un largo rato y me dijo: “Ajá. Usted no cree en la Revolución”. Le dije que no creía en nada que se basara en una injusticia”. “¿Aunque esa injusticia sea saludable?”, preguntó el Che. “A los que mueren no se les puede hablar de injusticia saludable”, respondí. La respuesta del Che no se hizo esperar: “Tiene que irse de Cuba: una de tres: se va de Cuba y de mi parte no hay ningún problema; o treinta años [de cárcel]; o el pelotón”>>.
CHE 22
Dentro de esa lógica de guerra, el Che manifestó públicamente que la Universidad debía estar al servicio de la Revolución, lo cual significaba reducir las humanidades al “mínimo indispensable para el desarrollo cultural del país” y en cambio, fomentar las carreras técnicas: “Se debe pensar en función de masas y no en función de individuos… Es criminal pensar en individuos, porque las necesidades del individuo quedan absolutamente desleídas frente a las necesidades del conglomerado humano de todos los compatriotas de ese individuo”. Ese ideario es altamente cuestionable, pues el totalitarismo se caracteriza por someter al individuo al interés general de la comunidad. Es cierto, no obstante, que los países aliados también emplearon esa mentalidad durante la Segunda Guerra Mundial, subordinando la vida civil a las exigencias militares. Podemos cuestionar la filosofía política del Che, pero nadie podrá acusarle de corrupto o ambicioso. De hecho, ocupó la presidencia del Banco Nacional y fue el máximo responsable del Departamento de Industrialización del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria), negándose a cobrar un salario superior a los 250 dólares que le correspondían como comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Asimismo, rechazó una ración suplementaria cuando se implantó la cartilla de racionamiento por problemas de abastecimiento. Tal vez su mayor error consistió en transformar el odio en motivación política. Afirmó que “un verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor”, pero al mismo tiempo escribió en su Mensaje a la Tricontinental: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aun dentro de los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo”. Hace un tiempo justifiqué estas palabras, pero ahora creo que brotan de la crispación asociada a la guerra y no sirven para los tiempos de paz. Martin Luther King luchó contra la segregación racial con la desobediencia radical no violenta y logró sus objetivos, al menos en el plano legal. Sus reflexiones no han perdido un ápice de vigencia: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Odiar nunca es una opción ética, pues como apuntó el líder de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos: “Nada envilece más a un ser humano que odiar a un semejante”. Entiendo que es difícil obrar de acuerdo con estos preceptos cuando prevalece la injusticia, pero la vida y la muerte de Martin Luther King son la evidencia empírica de que es posible. No quiero dejar de mencionar que he utilizado como fuente la biografía de Jon Lee Anderson, Che Guevara. Una vida revolucionaria. Jon Lee Anderson vivió tres años en La Habana, consultando los archivos oficiales. El gobierno revolucionario le dejó plena libertad, sin entrometerse en su trabajo. Hasta ahora, nadie ha realizado una investigación tan rigurosa y contrastada.
Dr. Martin Luther King in Jail Cell
Ante la hostilidad norteamericana, la Revolución cubana no tardó en adoptar medidas de carácter defensivo: prohibición de los partidos políticos -con excepción del comunista-, confiscación de los medios de comunicación (prensa, radio, televisión), prohibición de viajar al extranjero sin permiso, prohibición de sindicatos libres y derecho de huelga, limitación del derecho de manifestación, censura previa y menguada libertad religiosa. Esas medidas tal vez no se habrían implantado sin las 681 acciones terroristas organizadas por Estados Unidos, que han costado la vida a 3.478 cubanos y han dejado a otros 2.000 con severas discapacidades. Lo cierto es que en Cuba no hay una democracia real. No existen comicios electorales, sino una democracia directa o participativa controlada por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Los Comités de Defensa de la Revolución eligen a sus representantes por barrio o distrito. Cada CDR tiene un representante en la Asamblea Municipal. Los diputados del Parlamento cubano proceden de las 169 Asambleas Municipales existentes. Los diputados eligen a los ministros y al Presidente de la Nación. Fidel Castro ha sido reelegido los últimos 50 años. Indiscutiblemente, no es un proceso democrático, pues no hay oposición y los CDR apoyan sin fisuras el régimen, pero la opción de una democracia representativa no parece compatible con la estrategia de acoso y confrontación de Estados Unidos, primera potencia mundial. En 1962, el gobierno norteamericano consiguió que Cuba fuera expulsada de la Organización de Estados Americanos (OEA). Se alegó que no era un país democrático. Sin embargo, no se aplicó el mismo criterio con las brutales dictaduras militares de Guatemala, Honduras, El Salvador, Uruguay, Paraguay, Brasil, Argentina o Chile, impuestas y sostenidas por Estados Unidos, que ha colaborado activamente en sus políticas de exterminio contra opositores y campesinos. Solo en Guatemala, se asesinó a más de 200.000 mayas. El régimen cubano no ha perpetrado un genocidio, pero entre 1959 y 1963 ejecutó 3.817 sentencias de muerte. Desconozco cuántos casos se correspondían a delitos comunes y cuántos a delitos políticos. Al margen de estadísticas, la pena de muerte es una ignominia y una izquierda sincera, humanista y solidaria, no puede aprobar su aplicación bajo ninguna circunstancia. No es la única mancha de la Revolución cubana. En 1964, se crearon las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de trabajo forzado para internar a los homosexuales. Funcionaron hasta 1968. Fidel Castro ha pedido perdón por esa medida inhumana. En 2010, declaró: “Fue una gran injusticia. Si alguien es responsable, soy yo”. Entre las víctimas de la represión contra los homosexuales se encuentra José Lezama Lima, uno de los grandes creadores de la literatura latinoamericana. En 1966, apareció Paradiso, una novela neobarroca y monumental que ya es un clásico del siglo XX. El gobierno afirmó que se trataba de una obra pornográfica por sus continuas alusiones a la homosexualidad y en 1971 se acusó al escritor de contrarrevolucionario, si bien no se adoptó ninguna represalia legal. Lezama Lima pasó sus últimos años aislado y vigilado, sin publicar apenas nada. Cuando murió el 9 de agosto de 1976, el gobierno cambió de actitud, convirtiendo su casa en museo y aceptando que sus restos descansaran en la Necrópolis de Cristóbal Colón, reservada a las grandes figuras de la historia cubana. Poco después, se publicó Oppiano Licario, secuela de Paradiso, y en 1981 apareció Imagen y posibilidad, una selección de ensayos,  que incluía el controvertido texto “26 de julio: Imagen y posibilidad”.


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